7 mar 2012

Zombilandia: Aquí sucede el fin de la historia

Los zombis representan cierto número de nuestras más profundas inseguridades. El miedo de que, en el fondo, no seamos sino poco más que animales determinados sólo por los apetitos. Los zombis también puede representar la amenaza del colectivismo en contra de la individualidad. La noción de que podamos ser engullidos y olvidados, nuestra particularidad devorada por la multitud.


De manera sutil, los zombis representan cierto número de nuestras más profundas inseguridades. El miedo de que, en el fondo, no seamos sino poco más que animales determinados sólo por los apetitos. Los zombis también puede representar la amenaza del colectivismo en contra de la individualidad. La noción de que podamos ser engullidos y olvidados, nuestra particularidad devorada por la multitud.
En buena parte del mundo periférico contemporáneo esa multitud feroz es una legión de sujetos desinhibidos, desregulados y nihilistas que no conocen más horizonte de vida que la satisfacción de sus apetitos más primarios. En el caso particular de México, la mayoría de ellos orbitan en torno al poder dispensado por las inmensas estructuras criminales del país, que han conformado verdaderos imperios corsarios transnacionales en los que el capitalismo ha sido llevado al extremo; a un paso de su reducción al absurdo. Un mundo en el que, como dice Luigi Amara, el dinero tiene más valor que la vida. Al respecto, en sus estupendas obras sobre la actualidad siniestra de México, Charles Bowden y Sergio González Rodríguez erigen la profunda descripción de una realidad pantanosa, atroz, inasible en muchos sentidos. Ponen de manifiesto el advenimiento de un proceso deshumanizador encarnizado y poderoso, cuyas raíces tienen décadas, cuando no siglos, de haberse gestado. Un plexo psicosocial estructurado con base en el ejercicio irredento de la crueldad (fundamento último del nihilismo moderno, de acuerdo con André Glucksmann en su obra Dostoievski en Manhattan). La diseminación de fuerzas misantrópicas que estallan imparables a lo largo y ancho de territorio nacional. Esa energética destructiva tiene como motor incesante la lógica del capitalismo tardío llevado al extremo, pero también se ha dotado de un aura de misticismo retorcido que, como toda inclinación religiosa, intenta dar sentido a lo sin sentido.


Los actores que llevan al cabo la construcción de este orden social contrasistémico, que día con día crece en fuerza y extensión, han sido los subproductos del orden capitalista global; los engendros dejados en la periferia enchiquerada del sistema cuyas mentes se han formado en el bombardeo imparable de los deseos capitalistas, el consumo de drogas baratas y la aniquilación absoluta de los valores burgueses que cándidamente las sociedades occidentales han cantado alegremente como universales. Son verdaderas hordas salvajes que al tiempo que no tienen una noción abstracta de la persona, tampoco tienen nociones como la del futuro y la prosperidad postergada. Si hay un enclave en el que las exquisitas disquisiciones posmodernistas sobre el fin de la historia adquieren dramática carne y sangre es aquí. En la construcción de estas individualidades y sus respectivas interacciones sociales, el orden lineal de la historia, la idea de una teleología temporal y el acoplamiento institucional respectivo, sencillamente no existen. La vida es la irrupción cotidiana de lo aleatorio, comienza al despertar y termina al dormir, en un maremágnum de violencia sin cortapisas; así cada día, todos los días, los cortadores de cabezas son personas primarias. Carecen de inteligencia emotiva, capacidad de abstracción, normas morales, excepto las más básicas … Responden a pulsiones de vida o muerte. Justo como los zombis de Kirkman.


Algunos de ellos realizan simulacros de personas, como intentando elevarse por sobre su naturaleza de muertos vivientes. Pero la pantomima se erige sobre lo más primitivo de la mente humana, resabio de órdenes psicoculturales arcaicos, que los esfuerzos ilustrados no pudieron nunca extirpar: el impulso religioso; aunque para estas masas zombificadas adquiere la forma deleznable del culto a su propio salvajismo: la llamada Santa Muerte y su ola de supersticiones, charlatanería y, en último término, autoadoración de la atrocidad como modo de vida. González Rodríguez lo describe en su monumentalidad literal: una estatua de la Santa Muerte de veintidós metros de altura en un templo de ese culto en algún lugar del Estado de México. Exageración arquitectónica que revela un mundo por el que la Modernidad sólo pasó de manera retorcida, residual, incipiente, pero jamás con su flanco de humanismo, ilustración y bienestar. Un ambiente en el que ser moderno solamente significa economía de mercado y estar a la vanguardia de los pulcros artefactos de destrucción por excelencia: la industria global de las armas.


La dinámica nacional actual, que tiene vínculos preclaros con otras zonas de disolución del Estado nacional y la institucionalidad formal, simbólica y conceptual que le es aneja, como han sido el África meridional y Centroamérica, remite a la prístina simbolización lograda en el episodio mencionado de The Walking Dead: la pérdida del CDC como la desintegración del último reducto del pensamiento científico, racionalista y constructor de mundo hecho posible por la dinámica civilizatoria occidental por excelencia, la Modernidad de corte paneuropeo. Tras ella, el acecho del exterminio del ser humano es una posibilidad latente. No porque de manera eurocéntrica se afirme que la naturaleza humana es indistinguible del modo de ser occidental en su encarnación moderna tricentenaria; sino porque, simple y llanamente, ese orden conceptual, político y cultural ha sido el único capaz de atenazar con una malla de humanismo y cientificismo (si bien paradójico y nunca completo, como desde Nietzsche sabemos) las pulsiones más mortíferas, irrefrenables y voraces de esa naturaleza antropogénica. Al desintegrarse en el aire, únicamente queda un conjunto de sobrevivientes asustados, mal preparados y con jirones de esperanza, huyendo como pueden de las turbas de zombis que acechan sin fin en un mundo que, para siempre, dejó de ser la casa que fue. 

Por: Manuel Guillen


Revista replicante.

9 feb 2012

Invitación a la muerte involuntaria.

No necesitamos matarnos, necesitamos saber que podemos matarnos, decía Cioran: “Es una de las mejores ventajas que se le han brindado al hombre. Yo no abogo por el suicidio, sino por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se les diga a los niños en las escuelas: Escuchen, no se desesperen, pueden matarse cuando quieran”.


Melancólico, patológico, vengativo, normal, egoísta, altruista, maniaco, impulsivo, fatalista, heroico, activo, pasivo, lógico, apasionado, delirante, fatalista, anómalo, lúdico, estratégico, de reacción desafiante, entre otras, son algunas de las clasificaciones científicas, y extravagantes, que los peritos han endosado al suicidio y que recoge la maravillosa obra Suicides. Histoire, techniques et bizarreries de la mort volontaire, de Martin Monestier. La historia del la muerte voluntaria ofrece singulares relatos, portentosos sucesos de una rareza y una crueldad que desafían la imaginación. Ricos en acrobacias y truculencia, del Suicides se pueden citar episodios inauditos.
Séneca acertó que “se escoge bien un barco cuando se embarca, o la casa a habitar. De igual manera tenemos el derecho de escoger el medio para quitarse la vida. Es en la muerte, más que en otras cosas, donde debemos seguir nuestro gusto”. Si se cree en la Bibliothèque médicale de 1911, el zapatero veneciano Mathieu Lovat comprendió a la perfección el postulado y, durante dos años, preparó su singular suicidio. Obsesionado con Cristo, el humilde artesano se coronó de espinas y, ayudándose con el suelo, perforó a golpes sus manos y pies con largos y agudísimos clavos. Después de haberse hecho una herida en el costado izquierdo, hizo penetrar los clavos en pequeños orificios previamente preparados en una cruz dispuesta para tal fin. Con ayuda de un sofisticado sistema de correas, jarcias y garfios,  hizo elevar la cruz a través de la ventana, quedando suspendido sobre la calle, a la vista horrorizada de sus contemporáneos.


Céline, entre muchos otros, se preguntó por qué no habría de haber tanto arte posible en la fealdad como en la belleza, en la fruición como en el vértigo. El caso de Dominique Helt, joven técnico inventor del piano guillotina, es un ejemplo del verdadero arte del suicidio, un opositor a los modales tabernarios, igual que el locuaz inventor de la silla eléctrica de factura doméstica. Encontramos la fisonomía amenazadora en el suicidio de un viejo negociante que se taladró el cráneo nueve veces o el empresario alemán de pompas fúnebres que en 1985 se suicidó en condiciones verdaderamente atroces cortando su cuerpo en dos con una sierra industrial. En 1983 un habitante de Estrasburgo se suprimió sentándose cómodamente dentro de su congelador, esperando.

Factores sorpresa

Baudelaire intentó suicidarse a los 24 años dejando escrito: “Me mato porque me considero mortal”. Sin embargo, convertirse en un simulador grosero de suicida resulta lamentable. Para suprimirse con éxito el Suicides contiene diversas anécdotas que deben servir de escarmiento a quienes pretenden llevar a cabo su obra de manera impecable. “Se desaconseja, advierte el sumario, colgarse con la primer cuerda que se encuentra, sin haber previamente probado su firmeza. Los negligentes muy presionados se exponen a revivir la aventura que sobrevino, en 1947, el famoso payaso Tytys. Tytys era neurasténico. Había ya tratado fallidamente de saltar de la tercera plataforma de la torre Eiffel retenido en el último instante por un visitante. Regresando a su casa, tomó un simple cordón, decidido a colgarse de la ventana. La cuerda se rompió, él la reanudó y ésta se rompió nuevamente. A la postre la cuerda se rompió cuatro veces seguidas antes de conseguir su cometido. Después de la tercera tentativa agregó estas palabras a la carta suicida que había preparado: ¿Es que no se dan cuenta del trabajo?”


Una de las ideas más excitantes y familiares es la que sostiene Emil Cioran, decano del vértigo: escribir para no matar. “Si no hubiese escrito habría podido convertirme en un asesino”. Se trata de atizar al lector, de darle una paliza: la escritura como herramienta de desahogo, como remedio a una larga y dolorosísima convalecencia. Alguna vez el autor de La tentación de existir reveló en un diálogo: “Si no eres un asiduo de las farmacias, escribir es el gran recurso, es curarse. Le doy este consejo: si odia a alguien sin querer particularmente suprimirlo, escriba cien veces su nombre seguido de voy a matarte. Al cabo de media hora, se sentirá aliviado”. Inclusive Cioran invita a facilitar toneladas de papel a los alienados en asilos: “La expresión como terapéutica”. Formular es salvarse, aunque no sean sino necedades. La honesta idea que el pensador sostiene sobre el suicidio presenta la misma virtud: “La vida cesa de ser una pesadilla cuando te dices: Puedo matarme, cuando quiera. En efecto, cuando disponemos de semejante recurso podemos soportarlo todo”. No necesitamos matarnos, necesitamos saber que podemos matarnos. “Es una de las mejores ventajas que se le han brindado al hombre. Yo no abogo por el suicidio, sino por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se les diga a los niños en las escuelas: Escuchen, no se desesperen, pueden matarse cuando quieran”.
El hombre, diestro en la malevolencia, se ve a sí mismo arrojado al universo sin razón aparente. Es ahí donde la idea de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos resulta exaltante. “Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El suicidio es un acto extraordinario. El suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. No por ello se matará la gente, no por ello habrá más suicidios. Yo propongo una rehabilitación de ese pensamiento”, acota Cioran.



La antigüedad razonó notablemente al suicidio. Se consideró positivo, incluso aconsejable y sabio. Los grandes paganos, Catón, Pomponio Ático, Epicuro, entre otros, sostienen que vivir en la necesidad, el deshonor o el sufrimiento es una locura. Los medos, los persas, los griegos y romanos, las naciones de la antigüedad, proveen laudables y admirables ejemplos de lo que en el cristianismo se mira como pecado, a menos que sea un autosacrificio en el nombre de la fe.
La noción de la muerte voluntaria, que el cristianismo vulgar se dio a la tarea de despreciar y que en una sociedad, donde todo se sopesa, se discute, se discurre, se argumenta, se pondera, se vitupera o se adula, sigue ostentando un execrable dictamen de censura. Una de las razones por las cuales Cioran mantuvo una actitud anticristiana es porque el cristianismo “ha hecho una campaña contra el suicidio, cuando en realidad el suicidio es un elemento auxiliar del hombre”, aún mejor, es una de las “grandes ideas de las que dispone el hombre”. De hecho, el concepto de muerte voluntaria, que lo acompañó durante toda su vida y con éxito, es para él como un Dios para el cristiano corriente: “un apoyo, un punto fijo en la vida”.

3 ene 2012

Foto 2

Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

27 dic 2011

Foto 1


Ay del sueño
si sobrevivo es ya borrándome
ya desconfiado y permante
y tantas veces me hundo y sueño
muslo a tu muslo
boca a tu boca
nunca sabré quién sos

ahora que estoy insomne
como un sagrado
y permanezco
quiero morir de siesta
muslo a tu muslo
boca a tu boca
para saber quién sos

Ay del sueño
con esta poca alma a destajo
soñar a nado tiernamente
así me llamen permanezco
                                                                   muslo a tu muslo
                                                                  boca a tu boca
                                                                   quiero quedarme en vos

17 dic 2011

Marilyn Manson (The path of misery)

Marilyn Manson presenta sus obras en el antiguo colegio de San Ildefonso. Inspirado por lo general en fotografías, Manson plasma el horror, sufrimiento, el miedo y la sexualidad con el fin de retratar los sentimientos que encierran los personajes plasmados en su obra.

 

Una exposición muy interesante, sobre todo porque muchos ya conocemos la trayectoria del artista, algunas de sus obras musicale y su incurción en el cine, esto nos da pauta para analizar a fondo lo que quiso plasmar en cada una de ellas.


La muerte goza los frutos de su trabajo (Dead enjoys the fruits of his labor), es la pintura que más llamó mi atención por la expreción que Manson lgró plasmar. Yo siempre he imaginado a la muerte de la misma manera, con esa misma expreción.

Resulta interesante confirmar la visión del mundo que tiene Manson y compararla con la parte musical, ya que estas son reflejo de sus experiencias- “Son retratos de personas que conocí y que quiero conocer”.



El extrovertido personaje que se ha mostrado a sí mismo como estrafalario, andrógino, provocador y hasta violento dentro de la industria musical, en su faceta de artista plástico ofreció 30 acuarelas que dan muestra de su imaginario.

Collage político

Los integrantes del dadaismo innovaron el empleo original de papier collé, que derivó hacia el collage y el fotomontaje. Para los dadaistas, el uso del collage consistió en la agrupación dinámica de fragmentos de imágenes en la que aparecen por obra del a zar nuevas estructuras, cuyo sentido estético no procede de la suma de los componentes, sino del espíritu de totalidad que se logra con ella. Cada fragmento tiene un valor formal, y un valor de contenido propio, y el collage se transforma en un dinámico y absurdo juego de imágenes fragmentadas que revelan metáforas inesperadas. Así, el collage se vuelve un método de exploración de la realidad y un procedimientos para expresarla que explica la inmediata influencia que tuvo sobre aquellas formas modernas qu e requieren un dinamismo más acentuado que la pintura

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