Sentado frente a la pantalla, el sujeto contemporáneo ha logrado al fin saciar su deseo visual, potenciando el metabolismo de la satisfacción escópica. Si el deseo de mirar está implícito en la naturaleza del hombre, el consumo de imágenes que propone la era digital se ha disparado al infinito: por todas partes, los medios convocan a un espectador cada vez más complacido por consumir a discreción.
Este último punto potencializa al documental y los recursos empleados para resaltarlo completan el cuadro no estático. Una primera cuestión es cómo hacer aún más evidente la perversidad del sistema, y la respuesta inmediata es mostrar un caso a través de un documento audiovisual: la prostitución en el distrito rojo de Calcuta, donde sólo hay una manera de vida, si bien conocida (aunque sea en el ámbito local), oficialmente negada y por tanto anulada. Es una clandestinidad que al ser señalada, así sea para condenarla, se le atribuye actores centrales: las prostitutas; entonces aquí surge una segunda pregunta que puede desplegar otras: ¿qué sucede con los no protagonistas? ¿qué pasa con los niños? ¿cómo darles voz? ¿cómo hacer para empoderarlos?
Respuesta sintética a las segundas interrogantes: narrar e intervenir o narrar interviniendo. Es un narrar con carácter de desvelamiento, de ir descubriendo a través del entorno de los niños su forma de vida y lograr, a partir de lo que se va encontrando y de la forma en que se presenta esto encontrado, cambiar su condena, o al menos proveer elementos que abonen a su interpretación y perspectiva de los demás y lo venidero. Es así como son entrevistados sobre lo que les gusta o piensan de los demás, se nos aparece no sólo su voz sino también sus gestos (de alegría, de tristeza…)
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